domingo, 3 de julio de 2016

Por qué no me voy de aquí


  •  Tras 17 años de revolución, si algo ha quedado claro, es que Venezuela, ese otrora destino para millones de inmigrantes venidos de las más diversas latitudes, se ha convertido en testigo de una diáspora sin precedentes en nuestra historia. Hijos, sobrinos, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, conocidos, celebridades… uno tras otro vamos perdiendo seres humanos valiosos. Ante ese panorama, muchas veces me preguntan ¿por qué no te vas? Aquí está la respuesta

Habrá trabajo mientras haya gente que quiera construir
Antes de comenzar quisiera aclarar dos cosas, porque sé que muchas personas van a criticar mis puntos de vista, diciendo que seguramente sólo deseo cuestionar a quienes toman decisiones distintas a las mías, como acostumbra a hacer mucha gente. O que simplemente juzgo a los que se van porque a mí me va muy bien en Venezuela y por lo tanto me es fácil quedarme. Debido a ello, quisiera explicar lo siguiente:

En primer lugar, respeto la decisión de quien se va, tanto como la de quien se queda. Cada cual es libre de tomar el camino que considere más conveniente para su bienestar. En segundo término, debo decir que, por la situación política, he perdido un trabajo estable en la Industria Petrolera, así como contratos y oportunidades en empresas públicas (y también en compañías privadas vinculadas al Gobierno), he debido hacer trabajos muy por debajo de mi capacidad, ganar mucho menos de lo necesario para mantener a mi familia, me he visto obligado a vender parte de mis activos, reducir las comidas y un largo etcétera. Así que ni quiero criticar, ni me va bien aquí.

Aclarados estos puntos, queda entonces por dilucidar cuáles son las razones por las cuales no me voy de Venezuela. Aunque los motivos bien se pueden reducir a uno sólo (porque no me da la gana), los explico de manera racional.

Primeramente, debo aclara que este país es mi hogar, no sólo porque nací aquí, sino porque ha sido la tierra de mi familia por generaciones. A diferencia de muchos de mis conocidos, que pueden contar historias de sus padres o abuelos que llegaron a esta tierra de oportunidades a buscar un mejor futuro, mis antepasados han estado aquí para vivir los episodios más gloriosos y más tristes de nuestra historia. Les tocó sobrevivir en épocas de dictaduras como la de Gómez y Pérez Jiménez, vivir en medio de los experimentos democráticos de López Contreras, Medina Angarita y Gallegos, incluso en los ensayos modernizadores de Guzmán Blanco y un poco antes, en las vicisitudes de las guerras civiles y los albores de la Independencia. Y es lógico que ahora estemos aquí, para vivir este momento particularmente complejo de nuestra historia republicana.

¿Que a ese país de oportunidades llegó una plaga de facinerosos que lo han invadido y lo han hecho “invivible”? Sí. Pero recuerdo que en dos oportunidades en mi casa debí enfrentar una invasión de plagas, una vez fueron ratas, la otra, hormigas. Y en ninguno de los dos abandoné la casa, sino que combatí y erradiqué las plagas. En esta circunstancia, que hoy vivo en este país, que es mi hogar, vuelvo a optar por la segunda opción.

Por otro lado, me dicen que en Venezuela hay una gran cantidad de oportunistas, gente que disfruta del facilismo, y para quienes, al final, la ruta del bachaqueo, la dádiva, o la corrupción, no le sienta del todo mal, y, por lo tanto, no tienen ninguna razón para combatir a una plaga a la que ni siquiera consideran como una amenaza. Que el desabastecimiento y la falta de oportunidades asfixian cualquier iniciativa de emprendimiento, de superación. Que la calidad y la capacidad son despreciadas, mientras se premia la mediocridad y la sumisión

Pero en medio de ese caos, veo que, aún con las puertas que se cierran, hay empresarios que producen (a mínima capacidad, es verdad, pero producen). Comerciantes que cambian de ramo, ajustan horarios y venden mucho menos, pero siguen vendiendo. Que colegios y universidades siguen luchando cuesta arriba, para dar educación de calidad. Que las panaderías siguen abiertas (vendiendo sólo los panes más caros o vendiendo de todo menos pan, pero vendiendo al fin y al cabo), manteniendo sus puertas abiertas, atendiendo al público y preservando empleos.

Bueno, allí están. Y gracias a ellos, aún podemos conseguir, poco o muy poco, pero algo. Y por ese esfuerzo, aún tenemos oportunidades para sobrevivir. Si todos nos damos por vencidos, no habrá nada que defender. Los médicos en consultas privadas (que cada vez menos gente puede pagar) tratan de compensar la ausencia de medicinas y recursos, que hace a esos mismos médicos, y a otros, llorar de impotencia en hospitales y ambulatorios de la red pública. Pero siguen trabajando. Muchos se han ido… pero muchos se han quedado.

Que un empresario que “no tiene necesidad de darse mala vida, porque la tiene resuelta”, decida endeudar su empresa, en dólares, para seguir funcionando, sólo para no cerrar y no generar más desempleo, resulta esperanzador. ¿Que de todos modos está buscando ganancias? Sí. Pero podría buscarlas en otro lado, con menos trabas. Y al hacerlo, miles de empleados pueden soñar con no perder sus fuentes de empleo.. otros, como es mi caso particular, podemos creer que conservaremos la oportunidad de mantener un cliente de quien nos hemos hecho, con esfuerzo y calidad, un proveedor confiable… y seguir trabajando.

Que muchas de estas empresas se mantengan operando, y trabajando sus comunicaciones corporativas, permite a un colega periodista de larga trayectoria, mantener una pequeña oficina de consultoría, y ello le abre el camino para darle la oportunidad a otros comunicadores, como también es mi caso, de trabajar con él. Ésa es una forma de abrir oportunidades en medio de las dificultades.

Mientras tanto, veo en el bulevar de Sabana Grande a un padre de familia que, en un día de descanso, se sienta en una banca con sus dos hijos, a compartir con ellos un litro de refresco, un trocito de queso blanco y tres pancitos dulces, logrando así, en medio de la escasez y con un poco de sacrificio, brindarle a sus pequeños eso que llaman “tiempo de calidad”. Y veo a señoras que siguen vendiendo empanadas, ciertamente cada vez más caras, pero tratando de darle valor agregado a esa harina que, con el paso del tiempo, se va haciendo más escasa.

Y cada día, al salir a la calle, veo a obreros que van con su morral al hombro, a trabajar porque aún hay gente que en este país, sí, en este país, quiere seguir construyendo. Y hay periodistas en periódicos digitales, enfrentando la falta de papel, porque la gente quiere saber. Y vendedoras que trabajan porque hay quien quiere seguir comerciando, y enfermeras que trabajan porque hay quien quiere seguir curando, y hay artistas porque, sobre todo, en este país hay gente que quiere seguir riendo.

No puedo decir que el día de mañana, no decida irme yo también. No es descartable que, de empeorar la situación, termine uniéndome a esa creciente diáspora criolla, buscando un futuro mejor para los míos. Sin embargo, de llegar a ser ese el caso, tendré que vivir con la alegría de haberles dado un excelente porvenir a mis hijos, pero también con la frustración de no haber podido defender la herencia de mis padres.

Sin embargo, por ahora, prefiero seguir en éste que considero el mejor país del mundo, no por las playas, o las montañas, o esos volcanes (que sólo existen en una canción que compusieron dos españoles que creo que nunca han venido a Venezuela y que por alguna extraña razón para muchos se ha convertido en un símbolo nacional). Me parece que éste es el mejor país del mundo porque es MI país.

Aún hoy, prefiero seguir aquí (parafraseando al maestro Gallegos) sufriendo, amando y esperando.

sábado, 13 de febrero de 2016

¿Por qué las fotos de boda son tan caras?

    • Uno de los puntos de discusión más frecuentes a la hora de planificar una boda, es el costo del servicio fotográfico. En más de una ocasión me he tropezado con opiniones en torno al precio de este servicio. Muchos clientes potenciales se quejan por considerarlos exorbitantes. Numerosos profesionales los defiende por considerar que cobran lo justo. Por ello, como fotógrafo, me gustaría tratar de explicar el asunto, de manera que sea comprensible.

    Ante todo, para explicar el tema de la mejor manera, me gustaría dividirlo en tres aspectos básicos: El primero es en qué consiste el servicio o los servicios de fotografía. El segundo es el argumento de los clientes y el tercero lo que dicen los fotógrafos. Finalmente, quisiera exponer mi visión personal sobre el asunto.

    El servicio

    La fotografía de bodas, en genérico, es un servicio que, a su vez, abarca varios servicios distintos. La primera distinción tiene que ver con el hecho de que éste se asocia también al servicio de video.  Aunque son dos cosas distintas, tienen muchos aspectos en común y, generalmente, los profesionales que se dedican a este ramo ofrecen ambos servicios. Aquí me voy a referir específicamente a la fotografía propiamente dicha, aunque algunos de los argumentos que expondré son válidos también para del video.
    Lo otro tiene que ver con el formato del producto final. Actualmente la tecnología digital permite apreciar las fotografías sin necesidad del proceso de revelado. Una computadora, tablet, laptop, Smartphone o cualquier otro dispositivo digital permite apreciar las imágenes. Sin embargo, está la opción de hacer impresiones y, con ello, utilizar un álbum o photobook para guardar estos retratos. Dependiendo de los formatos que se elijan, se pagará más o menos por el servicio.

    El cliente

    Si usted alguna vez ha solicitado este servicio, probablemente habrá pensado que el presupuesto que le presentaron fue muy elevado. Generalmente, al cuestionar estos honorarios se esgrimen dos razones principalmente: la primera es que el fotógrafo sólo va a estar una pocas horas “apretando un botón” y luego se va tranquilo. La otra razón es que “yo puedo pedirle a un amigo que me haga el favor de tomarme las fotos con la cámara que se compró hace poco”, y así me ahorro ese dinero.

    El profesional

    Como respuesta a estos cuestionamientos, los profesionales generalmente aducen dos argumentos: el primero es que los equipos que utiliza para su trabajo son costosos (y realmente lo son), sobre todo en Venezuela con los problemas de control cambiario y falta de divisas. Además de ser costosos, son delicados, se dañan por el uso, se deprecian, hay que hacerles mantenimiento y, eventualmente, reemplazarlos; todo lo cual requiere de erogaciones adicionales. El segundo argumento es que su trabajo no se circunscribe únicamente a las pocas horas que dura el evento, sino que debe editar las fotos en su computadoras, además de que el tomar las fotos no es sólo “apretar un botón” sino colocar la iluminación adecuada en el set fotográfico, adecuarse a las condiciones de luz en el evento para las tomas más informales, buscar los ángulos adecuados, etc. Todos estos argumentos son ciertos, pero aun así, no son suficientes para que el cliente quedé conforme con la explicación.

    Mi punto de vista

    Yo tengo una explicación mucho más sencilla: el servicio fotográfico es un producto de lujo. Tan simple como eso.
    Al ser un servicio de lujo, no le van a cobrar por lo que se invierte en prestarlo, sino por la calidad, el acabado y los extras del trabajo que van a hacer para usted y el producto que le entregan. Cuando usted compra una cartera de diseñador y le dicen el precio (altísimo, obviamente) el vendedor no se justifica diciendo “es que Louis Vuitton tiene máquinas muy costosas” o “es que esa gente trabaja mucho haciendo las carteras”. Simplemente le dice que es original  Louis Vuitton y por eso tiene ese precio.
    En el caso de la fotografía ocurre lo mismo. Incluso, hay fotógrafos profesionales que son, en sí mismos, una marca, y la gente los contrata por su nombre y su prestigio.
    Ahora bien, lo bueno de esto es que, como servicio de lujo, es optativo: usted decido si lo toma o lo deja. Dicho de otra forma, no está obligado a contratar a un fotógrafo.
    La realidad es que casarse no es caro. Lo único que hay que pagar es a la municipalidad por ese servicio para que tenga validez legal. Todo lo demás es opcional. El matrimonio es válido si se casó vistiendo un traje de diseñador hecho a la medida o si lo hizo trajeada con su uniforme de trabajo. Igual es válido no hizo ninguna reunión o si hizo una fiesta en el Mare Mares. Da lo mismo que anime su reunión con un reproductor de MP3 o si contrató a Guaco para cantar en vivo.
    ¿Qué no se va a ver tan bonita sin ese traje de $20.000? ¿Qué no se van a divertir igual sin champaña, caviar y sin Guaco? Todo eso es verdad. Como es verdad que no va a tener un recuerdo hermoso si decidió dejar el tema de la fotografía a su primo que estaba más pendiente de aprovechar el whisky gratis que de cargar las baterías de la cámara.
    Recuerdo que en una oportunidad un invitado a una fiesta en la que yo estaba prestando el servicio de fotografía, me preguntó por el costo de ese servicio. Yo, amablemente, le di un estimado del servicio básico y le expliqué lo referente a algunos adicionales. El hombre, con una altanería proporcional al contenido etílico en su sangre, me espetó: “¿Qué? Para eso hago yo mismo las fotos y me ahorro esos reales?” A lo que yo, educadamente, le respondí: “Por supuesto. Así se ahorra esos reales. Y es más: si se va al patio de su casa con cuatro cajas de cerveza, se ahorra los reales del salón de fiesta… y si se ponen a freír tequeños se ahorran los reales del catering y mesoneros”.
    El camarógrafo que estaba trabajando conmigo me preguntó “¿por qué le dijiste eso?” Y yo le dije: “porque es la verdad”.
    Por eso, mi recomendación es que no se pregunte “¿por qué un fotógrafo cobra tanto?” Es mejor que se pregunte “¿qué tipo de servicios quiero tener y estoy dispuesto a pagar?”