sábado, 13 de abril de 2013

Carta a mis amigos opositores

Un par de días atrás decidí hablar con mis "panas chavistas" para aclarar respetuosamente nuestras diferencias. Quisiera ahora hablar con los que están en la "otras acera", los llamados "opositores" con quienes también mantengo algunas divergencias.

Como lo he mencionado anteriormente, trato de ser tan imparcial como pueda. Es por ello que  siempre me ha sido difícil (por no decir imposible) apoyar de manera irrestricta a ninguna ideología, partido político y, mucho menos, a una persona en particular. Tal vez sea esta la razón de que mi vida democrática haya sido testigo de cómo he votado por candidatos presidenciales tan disímiles como Teodoro Petkoff, Andrés Velásquez o Henrique Salas Römer, tendencia que se mantuvo también en otros cargos de elección popular, como la oportunidad en que voté por Aristóbulo Istúriz a la Alcaldía de Caracas (cuando le ganó a Claudio Fermín).Y por supuesto, ello ha llevado al hecho de que haya votado por partidos políticos de izquierda, de derecha, de centro... de dónde estuvieran, según mi apreciación, los mejores nombres.
No obstante, siempre estuve en contra de aquellos partidos que utilizaban el "populismo" con la vieja tesis de que "mis problemas debe resolverlo otro", porque al fin y al cabo, según esa teoría, "mis problemas son culpa de otro".
Y aquí es donde viene el primer punto en el cual discrepo con muchísima gente. Siempre se ha dicho que los problemas de Venezuela son culpa del gobierno (o en general de los malos gobiernos); sin embargo, creo que más bien los problemas son atribuibles a los malos ciudadanos. Sí. La culpa es, en realidad, nuestra.
Me explico: Cuando Carlos Andrés Pérez fue presidente por segunda oportunidad, muchos amigos me decían que "la solución para los problemas del país es que se vayan los adecos y se monte un militar". Se fueron los adecos, llegó el militar y me decían "el problema son estos militares que están en todo, la solución es salir de Chávez". Murió Chávez y seguimos sin solución.
La verdad es que la responsabilidad debe asumirla cada quien. La educación de mis hijos es mi responsabilidad, no del gobierno. Si una hija mía se convierte en madre adolescente, es mi responsabilidad, no del gobierno. Si no estudio lo suficiente y raspo una materia, es mi responsabilidad, no del gobierno (ni del profesor).
Por ello creo que, pase lo que pase este 14 de abril, muchos de nuestros problemas seguirán estando allí el 15, y el 16 y los días siguientes. Y estoy convencido de que el primer paso para resoverlos, es que dejemos de buscar culpables para comenzar a hallar soluciones.
Sencillamente, no me parece justo quejarnos de los abusos de poder del Presidente, de los ministros, de los rectores del CNE, de los jueces, de los militares; para luego llegar a cometer abusos en nuestra calle, en el colegio de nuestros hijos, en los semáforos. Si manejo como "me da la gana", porque tengo un carro más grande que el tuyo y tú te tienes que quitar del medio; eso es abuso. Si dejo de pagar el condominio en mi edificio, porque "me da la gana"; eso es abuso.
Lo primero que debemos hacer el día 15, es comenzar a asumir responsabilidades y dejar de echar culpas. Ello sólo nos ha llevado por la senda del odio y la división.
Siempre he dicho que para que haya paz en Venezuela, hace falta que esos que nos adversan amen más a este país de lo que nos odian a nosotros. Por eso, el argumento de las ayudas a otros países, o la presencia de funcionarios extranjeros no hace mella en sus simpatías: sencillamente el odio hacia nosotros es tan grande que el amor por la patria pasa a un segundo plano. Pero la ecuación funciona también de este lado. Si no somos capaces de poner a la patria por encima de todo, jamás lograremos la paz. Nos toca la tarea de sembrar el amor y desterrar el odio. Se dice fácil.
No podemos ir a esta cita con el destino, pensando más en el odio hacia esos otros compatriotas que en el amor por Venezuela. Y a aquellos que piensen que 14 años de injusticias son razón más que suficiente para sentir rencor, créanme: quien escribe las ha sufrido.. y mucho. Sin embargo, creo en un proverbio latino que dice accipere quam facere praestat injuriam (es preferible sufrir una injusticia que cometerla). Y además, la solución para frenar una injusticia, no puede ser cometer otra.
Por otro lado, sostengo que la democracia es, de lejos, el mejor de todos los sistemas políticos. Creo que lo único mejor que la democracia es... más democracia. Esa es la razón por la cual, a pesar de mis opiniones, acepto que hay una gran parte del país que ha seguido y sigue un proyecto del cual discrepo. Desconocerlo sería un error, que muchos, por cierto, han cometido.
Por ello, a diferencia de muchos, mañana no voy a votar por una persona. Voy a votar por la oportunidad de seguir votando, de seguir opinando, de seguir discrepando. En fin, por más democracia.
Y, al igual que muchos, voy a votar con optimismo. Pero, a diferencia de muchos, mi optimismo no está basado en los posibles resultados. Es más, como lo he señalado muchas veces, objetivamente pienso que las posibilidades están en contra.
¿De dónde deriva entonces el optimismo? De la certeza de que estoy tomando la decisión más acertada. De que me asiste la razón, la justicia y la verdad. Por ello, en estos días me ha dado vueltas en la cabeza una frase de Mahatma Gandhi que dice ""La alegría está en la lucha, en el esfuerzo, en el sufrimiento que supone la lucha y no en la victoria."
Yo sé que la tierra prometida espera por nosotros. Sólo Dios sabe cuándo éste, que también es Su pueblo, entrará a ella. Le doy gracias al Creador por haberme hecho caminar por el desierto para buscarla. Que Él decida si yo estaré entre quienes entren en ella.
Por eso, mañana 14 de abril, como ahora y siempre, hágase. Señor, Tu voluntad.
Dios bendiga a Venezuela... y a todas las naciones del mundo.

miércoles, 10 de abril de 2013

Carta a mis amigos chavistas


  • Nunca los he considerado mis enemigos, los bendigo por pensar diferente a mí. Pero, definitivamente, deseo seguir un camino muy distinto al que ustedes defienden, y quiero decirles por qué. Eso sí; sin una gota de odio...
Quienes me conocen, saben que siempre he tratado de ser lo más imparcial que me es posible, algo difícil de lograr en los tiempos que corren. Me precio de contar con el afecto de personas de las más distintas posiciones, tanto políticas como religiosas, filosóficas; en fin, de las más variadas tendencias.
Sin embargo, también estoy convencido de que en todo tiempo, y especialmente en períodos cruciales como el que estamos viviendo, debemos ser capaces de asumir las posiciones y ejercer las acciones que las circunstancias requieren y que nuestra conciencia reclama.
Por ello, creo que ha llegado el momento en que tengo que hablar desde el corazón con aquellos a quienes me enorgullezco en llamar amigos, y que están plenamente identificados con las políticas adoptadas por quienes hoy dirigen los destinos del país desde las altas esferas del poder. Sí, hoy quiero hablar especialmente con mis “panas chavistas”.
Antes de continuar quiero aclarar que, al contrario de lo que muchos opositores piensan, yo no creo que esta batalla esté ganada. Es más, creo que las posibilidades están en contra, y no sólo por el enorme poder y los recursos infinitos que maneja a su antojo el sector pro-gobierno, sino porque hay un enorme espectro de la población que apoya al actual sistema. Así que no quiero que se vaya a pensar que asumo ahora una posición “oportunista” ante un eventual cambio de gobierno. Aclarado el punto, prosigo.
Como se los he dicho en diversas oportunidades, siempre he respetado el derecho que tienen a militar en ésa o en cualquier otra causa política. Nunca los he considerado enemigos ni los he despreciado por el hecho de que pensemos distinto (ni siquiera porque ustedes sí me hayan visto como enemigo). Sin embargo, hoy más que nunca, estoy convencido (y tengo que decirlo) que esa vía que ustedes, en pleno derecho, apoyan y defienden no es, ni de lejos, la respuesta  a las graves dificultades que vive nuestra nación. Es más, no sólo creo firmemente que esa opción no es la solución, sino que considero que más bien es parte del problema, y sostengo que los hechos recientes así lo confirman.
Si el propósito de la actual administración es brindar esa “mayor suma de felicidad posible” expresada en su momento por el Padre de la Patria, quisiera que me expliquen qué clase de bienestar se construye cuando millones de venezolanos debemos tratar de sobrevivir con cada vez menos empleos, con una inflación que se traga el poco dinero que nos llega al bolsillo, con una escasez que nos lleva a pelearnos en una cola por el último kilo de harina de maíz, con un sistema de salud que no nos garantiza ni siquiera la posibilidad de conseguir las medicinas que necesitamos.
Sé que, ante esta situación, la respuesta será que todo ello se debe a una conspiración internacional. Pues si es así, los felicito por haber descubierto la causa, pero lo que necesito es un gobierno que consiga la solución.
Créanme que, de verdad, a estas alturas, poco me importa cuál sea el origen del problema, lo que me interesa es contar con un liderazgo que lo solucione, pero de verdad.
A estas alturas, de verdad, poco me importa si en Miraflores está un burgués o está un chofer, si está un sifrinito o un marginal. Lo que me interesa es que allí esté un presidente que resuelva mis problemas, no uno que me busque otros inconvenientes nuevos.
A estas alturas, poco me importa si la economía está en manos de la derecha o de la izquierda, lo que me interesa es tener un trabajo digno, un salario justo y la posibilidad de gastarlo en darle a mi familia una mejor educación, una mejor salud, en fin, una mejor calidad de vida.
Por otro lado, no creo que decirme apátrida, vendepatria, burgués, pitiyanqui, cachorro del imperio, traidor, o algo peor, sea la manera más adecuada de convencerme de que buscan la paz y un país mejor para todos.
Además, créanme que  la amenaza de que me va a caer una maldición por votar en contra me tiene sin cuidado. Y les voy a decir por qué: a mí, al igual que a millones de mis compatriotas, la maldición me cayó hace 14 años, y lo que quiero precisamente es quitármela de encima.
De todas maneras, en respuesta a esa maldición, deseo de corazón que Dios los bendiga a ustedes por pensar distinto.
Por otro lado, como comunicador social, no puedo creer en una política informativa que se basa en quitarle a unos el derecho a opinar y darle a otros el poder de insultar. Ni tampoco puedo apoyar los “cambios de nombre” como solución a los problemas: un damnificado, aunque se le llame “dignificado” es un damnificado; la inseguridad, aunque se le llama “sensación de inseguridad” es inseguridad; una devaluación, aunque se le llame “ajuste” es una devaluación.
Un aspecto que, de manera particular me preocupa de la actualidad que vivimos, tiene que ver con el tema de la fe. Simplemente no puedo simpatizar con una corriente que compara abiertamente a Nuestro Señor Jesucristo con guerrilleros y grupos armados. No puedo estar del lado de quienes justifican el asalto a iglesias, la destrucción de imágenes de la Santísima Virgen, la profanación de sinagogas. Tampoco puedo estar de acuerdo con una ideología que, por diseño, niega la existencia de Dios y que pretende convertir en deidades a simples mortales, y mucho menos puedo estar del lado de quienes realizan prácticas paganas pseudo-religiosas.
Finalmente, quiero dejar claro que, si bien es innegable que respeto su derecho a adoptar la posición política que deseen, no es menos cierto que, al hacerlo, deben asumir la responsabilidad por las acciones que derivan de ese apoyo. Por ello, al avalar al actual sistema, ustedes son co-responsables de los actos que sus dirigentes ejecutan en nombre del apoyo popular que reciben de ustedes.
Ello quiere decir que ustedes avalan que decenas de miles de personas hoy no tengan trabajo debido a actos de gobierno como la inefable lista Tascón, el cierre de RCTV, las expropiaciones de empresas privadas, los controles de precios, la devaluación, etc. Respaldan también la inacción ante la delincuencia, que lleva a cientos de hogares venezolanos al luto y la impotencia. Están de acuerdo, así mismo, con penalizar a los empresarios nacionales para enriquecer a empresarios extranjeros (tan capitalistas unos como otros). Están de acuerdo con el uso de los recursos públicos (de todos los venezolanos) para beneficiar a unos pocos (oligarquía). Y aquí, disculpen, no valen las excusas de “yo no sabía”, “yo sólo hacía mi trabajo”, “yo no creía”. Esas justificaciones no le funcionaron a los criminales nazis en Nuremberg… y no creo que sirvan de mucho ahora.
Un mensaje muy especial para los miembros de mi familia que simpatizan con el gobierno. Debo confesar que me ha costado entender y aceptar la indiferencia e incluso la alegría que les produce saber las dificultades que he debido afrontar a causa de mis opiniones. Eso de verdad que no lo vi venir. Si tan mal hermano he sido para merecer esa actitud, de corazón les pido perdón.
Como les decía al principio, creo que la cosa está difícil para quienes buscamos un cambio. Al menos por ahora. Sin embargo, sé que al final el bien triunfa. En estos días me ha dado vueltas en la cabeza una frase de Rómulo Gallegos acuñada en su célebre Doña Bárbara: “Algún día será verdad, el progreso penetrará en la llanura y la barbarie retrocederá vencida; tal vez nosotros no lleguemos a verlo, pero sangre nuestra palpitará en la emoción de quien lo vea”.
Por ello,  mi visión no está en las elecciones del 14, yo veo mucho más allá. Tal vez sea la voluntad de Dios que, al igual que Moisés, no vivamos lo suficiente para entrar a la tierra prometida. Pero al igual que Moisés, al menos la hemos visto en el horizonte, sabemos que está allí. Y nuestra sangre correrá por las venas de quienes entren en ella.
Finalmente, escribo acá las palabras que espero pronunciar en el momento en que deposite mi voto: “Hágase, Señor, tu voluntad”.
Y, una vez más, disculpen, en ésta no los puedo acompañar.