El simplismo y las frases hechas, lamentablemente, abundan cuando se trata de enfrentar problemas serios, como el cambio climático, la pobreza y, ahora, la pandemia de la COVID-19.
Por eso escuchamos palabras vacías como “la vida humana vale más que la economía”. Quieren hacer ver que solo basta con mantener a la gente en sus casas para resolver un problema, creando otros.
La frase suena bien, pero deja de lado el hecho de que la economía no son un grupo de ambiciosos e inescrupulosos reunidos contando millones de dólares o de euros, viendo unas pantallas de evolución del Nasdaq, el S&P, el Ibex, el FTSE o el CAC.
“Quédate en casa” es fácil de decir para un “progre” (o una "progra") que no trabaja y vive del presupuesto del Estado (en casi cualquier país los hay).
Pero es una sentencia de muerte para los jornaleros (decenas de miles) que cada año viajan a España, o Italia, o a Francia, para trabajar en las cosechas y que ahora no pueden hacerlo.
Y para el cuidador de purasangres que trabaja en un hipódromo en California, o en Brasil, ahora que están cerrados.
La escena se repite en Venezuela, en Ecuador, en Colombia, en Australia, en Argentina.
La solución no es simplemente encerrar a la gente en su casa, y obligarlos a morir de hambre para no morir de COVID-19.
Es muy simple: No se puede solucionar un problema creando otro.
Y un último mensaje, tiene que ver con los empresarios. Al final, ellos son los “malos de la película”. Los que solo piensan en el dinero y no en las vidas humanas.
Claro, es muy difícil pensar que son ellos quienes deben mantener las empresas a flote, para que los que se “quedan en casa” tengan electricidad, gas, entretenimiento o comida. Los que deben escoger a quiénes dejar sin trabajo, para salvar el empleo de otros. Si los empresarios no salen adelante, nadie saldrá adelante.
Además, lo cierto es que todos somos empresarios. Todos nos esforzamos para mantener a flote la empresa que llamamos “hogar”.
Esta es la parte en la que me llaman “de derecha”, “facho”, “reaccionario” y un largo etcétera. Y para que lo hagan con más razón: voy a pedir un aplauso, no solo para los sanitarios, sino también para los empresarios.
Al final del día, la estupidez humana mata más gente que el virus.
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