domingo, 22 de noviembre de 2009

El Muro de la Desconfianza


La reciente celebración de los 20 años de la caída del Muro de Berlín, ha servido para recordar y volver a poner al descubierto la esencia de los regímenes totalitarios comunistas: una gran desconfianza hacia su propio pueblo.

Desde los inicios de la civilización, las grandes sociedades han construido muros alrededor de sus territorios. Desde la Gran Muralla China (cuya construcción se inició en 221 antes de Cristo), pasando por las grandes ciudades amuralladas en Europa durante la época medieval (como Rothenburg, Dubrovnik, Ávila y Siena), el hombre levantó enormes paredes de piedra para defenderse de invasores externos.

En la segunda mitad del Siglo XX, el régimen comunista de Alemania Oriental, satélite del gobierno de Moscú, inició la construcción de un muro, al cual llamó “Muro de Protección Antifascista”. Sin embargo, a diferencia de las tradicionales edificaciones europeas de la de Edad Media, esta muralla no tenía como propósito evitar una invasión desde el exterior, sino impedir que los propios ciudadanos de la República Democrática Alemana salieran de su territorio. De este modo, el muro, más que una protección, se convirtió en una cárcel.

He allí la esencia de la política interior de todo sistema comunista: pensar que si se deja al pueblo elegir, escogerá mal. Por ello, se debe cerrar cualquier medio de comunicación que no sea “fiel” al proceso, porque el pueblo preferirá ver ese medio. También por esa razón se deben cerrar las fronteras, porque el pueblo no escogerá quedarse en su “madre patria”.

Lo curioso es que ese país, que sometía a sus ciudadanos a tal cercenamiento de la libertad, se autodenominaba “República Democrática”. Y esa es otra característica de los regímenes comunistas: pretender cambiar la esencia de las cosas (al menos en apariencia) con un simple cambio de nombre. Por ello el muro era llamado de “Protección Antifascista”, cuando en realidad protegía a los fascistas.

El Muro tenía una longitud de 155 kilómetros, estaba hecho principalmente de hormigón, tenía 302 torres de vigilancia, 20 búnkeres, 127 detectores de alarma,259 senderos para perros adiestrados, y era custodiado por unos 1.200 soldados con órdenes de “disparar a matar” a quien intentara cruzar. A pesar de ello, durante su permanencia (1961-1989) unas 5.000 personas lograron escapar (otras 192 murieron en el intento).

¿De qué escapaban? De la escasez de alimentos, de la mala calidad de vida, de la falta de perspectivas, de la imposibilidad de protestar. De poco consuelo resultaba la justificación del gobierno, que achacaba la culpa de todo al "decadente capitalismo occidental".

Aún hoy, en otras partes del mundo, en este Siglo XXI, otros gobiernos, en otras latitudes, tratan de levantar nuevos muros para encerrar a sus ciudadanos. Estas nuevas murallas no son de piedra, ni de hormigón. Ahora son tecnológicas, ideológicas, sociológicas. Cuando se cierra medios de comunicación, se penaliza la salida del país, se criminaliza el pensamiento libre, se cercena la iniciativa individual… se levantan nuevas barreras.

Sin embargo, para quienes desean repetir esta experiencia en beneficio propio, es importante que recuerden que el Muro de Berlín, construido para resistir ataques, bombas, maquinarias, asaltos… un buen día simplemente cayó por su propio peso. No por el peso del concreto ni del acero, sino por el peso de la intolerancia. Y tras el Muro de Berlín, cayó la Cortina de Hierro, desapareció la Unión Soviética… Y caerán, uno a uno, todos los muros de la desconfianza… Al tiempo que son tendidos los puentes de la libertad.

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