sábado, 8 de agosto de 2009

Amor de puta (o la política del burdel)


No hay que ser demasiado inteligente para saber cuánto dura el amor de puta… El que lo paga, lo sabe, por eso debe estar consciente de cuánto dinero le queda. Esa es la misma práctica que a veces se aplica en la manera de ejercer el poder: “la política de burdel”.

Quien va a un burdel, sabe a lo que va. Lo que cabría preguntarse es ¿por qué va? Es decir, nadie paga por algo que puede conseguir gratis. Por eso, estemos claros en que quien va a un lupanar, lo hace por una razón: lo que obtiene allí no lo puede conseguir de otra forma.

Esta peculiar filosofía de la vida, en ocasiones, se ha extrapolado a la política, en la que puede surgir un líder que decida manejarse (sobre todo en el ámbito internacional) de esa manera. Es decir, "comprando" solidaridad y apoyo.

No todo líder es así. Por ejemplo Fidel Castro, consiguió un apoyo de la antigua Unión Soviética y de numerosos intelectuales y jefes de gobierno sin pagar ni un céntimo. Pero, a veces, surge un “sucesor” que, al carecer de astucia y habilidad, tiene que pagar por el apoyo y admiración que el líder cubano siempre consiguió de gratis.

Así es como un nuevo líder de este tipo, tendría que ir, cartera en mano, “burdeleando” por América Latina, Europa, Asia y África. Uno a uno, tendría que ir comprando el afecto y admiración de presidentes, secretarios generales, gobernadores, medios de comunicación, etc. ¿Por qué lo hace? Por la misma razón que lleva a muchos a un burdel: porque de otra forma no va a conseguir ni ese "afecto" ni esa "admiración".

El problema es que esta nueva política tiene el mismo defecto que la costumbre de visitar lupanares: la duración del amor es directamente proporcional a la liquidez monetaria. En otras palabras, no hay que creer en amor de puta.

Un segundo problema, de esta filosofía de vida, es que quien siempre paga por el amor, comienza a creer que no existe otra forma de afecto. Entonces, aún cuando se le presente eso que llaman “amor verdadero” no lo distingue del mercantilista. Y tiende a tratar a quien le ofrece su afecto desinteresado, con el mismo desprecio que trata a quien simplemente se lo vende.

Y este tipo de líder no escapa de esta paradoja. Por eso trata a sus seguidores leales y auténticos (que siempre los hay) de la misma manera que trata a la interminable lista de “tírame algo” que pululan en los lupanares en que suelen convertir a alcaldías, gobernaciones, ministerios, medios de comunicación, universidades, palacios presidenciales y hasta organismos internacionales. Por eso los insulta, les grita, los ofende, los “carajea”, porque, a fin de cuentas, “para eso estoy pagando” (como diría un borracho de burdel).

Como consecuencia de esa práctica, algunos seguidores auténticos se le van. Y él, acostumbrado al amor de burdel, no se extraña… “total, las putas son así”, parece decir.

Un tercer problema es que, a veces, hay putas “por necesidad”, que cuando consiguen otra manera de ganarse la vida, se “dan de baja”.

Y en esta nueva política también puede ocurrir. Por ello algunos supuestos “aliados” se van alineando “disimuladamente” con el “enemigo” (si éste les puede ofrecer una manera más digna de resolver sus problemas internos). Y dejan al líder solo.

Por eso, muchas veces a la prostituta ni siquiera le hace falta que se te acaben los reales para dejarte solo. Basta que aparezca otro con más real, o simplemente otro que le convenga más. Y te cambia.

Un ejemplo de eso, aplicado en la política, ocurre cuando un canal de televisión primero se opone al "nuevo líder", cuando éste fracasa en tratar de llegar al poder. Después cambia de opinión y lo apoya para que llegue... después le quita el apoyo y luego vuelve a cambiar de parecer y lo apoya otra vez... por ahora. Todo dependiendo del "chance" que tenga el "líder" de llegar al poder, o de continuar en el poder.

Por eso, es que este nuevo tipo de líder ni siquiera logra pasar a la historia. Fidel Castro (al igual que Salin, Hitler o Pinochet), por lo menos, será recordado… como un dictador, es verdad, pero será recordado.

El nuevo líder, en cambio, sufrirá el destino del tipo que sale del burdel después de gastarse el dinero: las putas lo van a recordar un ratico... hasta que terminen de contar los reales.

martes, 4 de agosto de 2009

Hitler el demócrata


Si analizamos la manera cómo Hitler llegó al poder, debemos recordar que lo hizo luego de un proceso electoral y legal. Un hecho interesante para los analistas modernos que defienden la permanencia de regímenes que pisotean los derechos humanos, por el simple hecho de que “fueron electos democráticamente”.

La historia de cómo llegó Hitler al poder es simple. En las elecciones de 1930, el partido nazi obtiene el 18% de los votos. Esta cifra, si bien resultó minoritaria, fue suficiente para dar alas al partido, el cual renueva los esfuerzos para seguir adelante. Dos años mas tarde, obtendrá el 36,8% en la segunda vuelta de las presidenciales, un importante incremento, aunque no fue suficiente para la victoria, que correspondió al anciano ex mariscal Paul von Hindenburg.

Hitler reconoce esos resultados adversos, como todo un “demócrata”. Sin embargo, al poco tiempo se suscitó una ola de revueltas “populares” (del “pueblo” de Hitler) que terminaron por llevar al débil e inestable gobierno al colapso. Hindenburg, cedió ante la violenta presión "popular" y decidió nombrar a Hitler canciller alemán, el 30 de enero de 1933.

En las elecciones de marzo, los nazis consiguen el 43,6%. Pocos días más tarde, el Parlamento Alemán aprobó la Ley Habilitante que otorgaba plenos poderes a Adolf Hitler. Con la muerte de Hindenburg, se elimina del panorama político al último contrapeso de Hitler en el Gobierno. A partir de ese momento, éste reúne los cargos de presidente y canciller (führer), tras un plebiscito en el que recibe el 90% de los votos a favor. Todo muy democrático ¿o no? El resto de la historia es mucho más conocida. Hitler estableció el nacional-socialismo como único partido legal. Eliminó a los oponentes de su propio partido y a colaboradores de dudosa fidelidad durante la llamada «Noche de los cuchillos largos», iniciando el proceso de eliminación de diversos grupos raciales, políticos, sociales y religiosos que consideraba “enemigos de Alemania” y “razas impuras”, lo que le llevó a reasignar las directrices a los campos de concentración para la liquidación sistemática de comunistas, judíos, Testigos de Jehová, gitanos, enfermos mentales y homosexuales, principalmente.

También inició el proceso de rearme. Las fabricas y factorías comenzaron a trabajar en la maquinaría de guerra. Rápidamente, Hitler restauró en Alemania el servicio militar generalizado que había sido prohibido por el Tratado de Versalles. Puso en práctica una política extranjera agresiva, el pangermanismo, destinada a reagrupar en el seno de un mismo estado a la población germana de Europa central, comenzando por Austria, en marzo de 1938. Luego ocupa la región de los Montes Sudetes en Checoslovaquia, donde habitaban 3.000.000 de alemanes, y luego extiende su poder a todo ese país. El fracaso del apaciguamiento demostró a las potencias occidentales que no era posible confiar en cualquier tratado que pudiera firmarse con Hitler. Se iniciaba la II Guerra Mundial.

Como balance de la locura que siguió, tenemos que entre 1939 y 1945, las SS, con la ayuda de gobiernos colaboracionistas y reclutas de los países ocupados, sistemáticamente asesinaron entre 11 y 14 millones de personas, incluidos cerca de seis millones de Judíos, en los campos de concentración, los guetos y las ejecuciones en masa y a través de otros métodos como los experimentos médicos.

Tras la capitulación alemana y el fin de la guerra, en mayo de 1945, el continente europeo estaba arruinado y, en total, más de 50 millones de personas, soldados y civiles, habían muerto.

Todo ello, luego de llegar al poder de manera “democrática”. Ante esa panorama, me pregunto qué habrían dicho en ese entonces muchos de los líderes de los organismo multilaterales de hoy. Esos que defienden el totalitarismo, por el hecho de que sus líderes fueron “electos democráticamente”.

Habrían dicho: “sí, están asesinando millones de seres humanos inocentes, pero fueron electos democráticamente”. O “están llevando a Europa a la destrucción, pero fueron electos democráticamente”. ¿Se habrían sentado a esperar para ver a dónde llevaba esa locura? ¿Lo van a hacer ahora? Ya veremos

domingo, 2 de agosto de 2009

Empiezan quemando libros y terminan quemando gente

Cuando los seguidores del nazismo quemaron miles de libros, no hacían más que anunciar al mundo su babarie. Una costumbre seguida por otros gobiernos totalitarios: acabar primero con las ideas y después con las personas.


Cuando se piensa en los oscuros años del régimen nacional-socialista en Alemania, se piensa, como es lógico, en las atrocidades cometidas en los campos de exterminio, o en los terribles y larguísimos años de la guerra que arrasó a Europa. Sin embargo, muchos pasan por alto un hecho que, a mi modo de ver, fue el inicio de toda esa barbarie: la quema de libros realizada en mayo de 1933.

En esa oportunidad, y ante la mirada complaciente (y el auspicio) del ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, decenas de estudiantes “afines al proceso” quemaron cerca de 30 mil libros de escritores considerados como “degenerados” por las autoridades. Los libros fueron quemados porque propagaban “ideas peligrosas”. Entre otros, fueron quemados libros de Sigmund Freud, Thomas Mann, Karl Marx, y otros considerados por los nacional-socialistas como escritores anti-alemanes, cuyas ideas eran peligrosas y enfermaban la mente de la población.
Después de los libros, el control se extendería a cualquier forma de propagación de ideas: la prensa, la radio, el cine, las artes…
Hoy sabemos que el ascenso de los Nazis al poder, y el largo tiempo que permanecieron allí, fue posible gracias al férreo manejo que tuvieron de la comunicación, incluyendo la criminalización y persecución ejercida hacia quienes pensaban distinto. Por ello, si bien la quema de libros palidece ante las atrocidades cometidas por el nacional socialismo en los años siguientes, ése hecho en particular constituyó el punto de partida de la locura que estaba por venir.

Si había que destruir las ideas “peligrosas”, ¿por qué no destruir las propiedades de las personas que comparten esas ideas? Y llegó así, otro momento clave. En la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, las SS destrozaron unas 1.500 sinagogas, más de 7.000 tiendas y 29 almacenes judíos. La imagen de los aparadores destrozados, dio el nombre a tan nefasto hecho: la noche de los cristales rotos.

Y luego vino el paso siguiente: habiendo acabado con los libros y las propiedades, era hora de acabar con las personas. 91 "indeseables" fueron asesinados la propia noche de los cristales rotos… Para el fin de la guerra el número de asesinatos ascendía a 11 millones.

Lo peor de todo es que, para muchos, la locura nacional socialista sirvió de ejemplo… Si funcionó para los nazis, ¿por qué no podría funcionar para otros? Y la práctica se hizo constante. Se aplicó en la Rusia de Stalin, en la España de Franco, en el Chile de Pinochet, en la Argentina de los milicos, en la Cuba de Castro. Unos se defendían del marxismo, otros se defendían del imperialismo… todos atacaban las ideas. Diferentes en nada... iguales en todo.

Por ello, estoy convencido de que nada bueno se puede esperar de los gobernantes que comienzan por acabar con las ideas… tarde o temprano buscan acabar también con quienes tienen esas ideas. Después de todo, la barbarie de quemar 30 mil libros, se había convertido, 12 años después, en la barbarie de quemar 11 millones de personas (incluyendo 6 millones de judíos).

Primero vienen contra tus libros, después contra tus cristales, y finalmente vienen contra ti. Por algo se empieza…