domingo, 2 de agosto de 2009

Empiezan quemando libros y terminan quemando gente

Cuando los seguidores del nazismo quemaron miles de libros, no hacían más que anunciar al mundo su babarie. Una costumbre seguida por otros gobiernos totalitarios: acabar primero con las ideas y después con las personas.


Cuando se piensa en los oscuros años del régimen nacional-socialista en Alemania, se piensa, como es lógico, en las atrocidades cometidas en los campos de exterminio, o en los terribles y larguísimos años de la guerra que arrasó a Europa. Sin embargo, muchos pasan por alto un hecho que, a mi modo de ver, fue el inicio de toda esa barbarie: la quema de libros realizada en mayo de 1933.

En esa oportunidad, y ante la mirada complaciente (y el auspicio) del ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, decenas de estudiantes “afines al proceso” quemaron cerca de 30 mil libros de escritores considerados como “degenerados” por las autoridades. Los libros fueron quemados porque propagaban “ideas peligrosas”. Entre otros, fueron quemados libros de Sigmund Freud, Thomas Mann, Karl Marx, y otros considerados por los nacional-socialistas como escritores anti-alemanes, cuyas ideas eran peligrosas y enfermaban la mente de la población.
Después de los libros, el control se extendería a cualquier forma de propagación de ideas: la prensa, la radio, el cine, las artes…
Hoy sabemos que el ascenso de los Nazis al poder, y el largo tiempo que permanecieron allí, fue posible gracias al férreo manejo que tuvieron de la comunicación, incluyendo la criminalización y persecución ejercida hacia quienes pensaban distinto. Por ello, si bien la quema de libros palidece ante las atrocidades cometidas por el nacional socialismo en los años siguientes, ése hecho en particular constituyó el punto de partida de la locura que estaba por venir.

Si había que destruir las ideas “peligrosas”, ¿por qué no destruir las propiedades de las personas que comparten esas ideas? Y llegó así, otro momento clave. En la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, las SS destrozaron unas 1.500 sinagogas, más de 7.000 tiendas y 29 almacenes judíos. La imagen de los aparadores destrozados, dio el nombre a tan nefasto hecho: la noche de los cristales rotos.

Y luego vino el paso siguiente: habiendo acabado con los libros y las propiedades, era hora de acabar con las personas. 91 "indeseables" fueron asesinados la propia noche de los cristales rotos… Para el fin de la guerra el número de asesinatos ascendía a 11 millones.

Lo peor de todo es que, para muchos, la locura nacional socialista sirvió de ejemplo… Si funcionó para los nazis, ¿por qué no podría funcionar para otros? Y la práctica se hizo constante. Se aplicó en la Rusia de Stalin, en la España de Franco, en el Chile de Pinochet, en la Argentina de los milicos, en la Cuba de Castro. Unos se defendían del marxismo, otros se defendían del imperialismo… todos atacaban las ideas. Diferentes en nada... iguales en todo.

Por ello, estoy convencido de que nada bueno se puede esperar de los gobernantes que comienzan por acabar con las ideas… tarde o temprano buscan acabar también con quienes tienen esas ideas. Después de todo, la barbarie de quemar 30 mil libros, se había convertido, 12 años después, en la barbarie de quemar 11 millones de personas (incluyendo 6 millones de judíos).

Primero vienen contra tus libros, después contra tus cristales, y finalmente vienen contra ti. Por algo se empieza…

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