Nicolás, confieso que me ha costado mucho escribirte estas líneas, y ello obedece a una sencilla razón: desde que eres presidente, incluso desde antes, mi primer impulso ante tus palabras, ante tus acciones y ante lo que tú representas ha sido sencillamente ignorarte. Y es que de verdad por mucho que trato, no encuentro nada en ti que sea digno de estudio o de consideración. No llegaste: te pusieron… No aprendes: repites… No avanzas: te empujan…Al verte, me pregunto si no estás capacitado para el cargo; al escucharte, se disipa la duda. Sin embargo, creo que ha llegado el momento de puntualizar algunas cosas, que aunque posiblemente no te resulten inteligibles, sé que serán comprendidas por quienes toman las decisiones en este gobierno que tú simulas conducir.
De verdad que te lo digo en serio Nicolás, aunque me cuesta tomarte en serio. Con el difunto Chávez, cuando menos, confieso que a veces me quedaba la duda de si, muy en el fondo, él estaba convencido de lo que decía. En tu caso, en cambio, ni asomo de duda; no pienso que creas lo que tú mismo dices... es más, no creo ni siquiera que lo entiendas. Me recuerdas a esos alumnos que para una exposición se caletrean unos párrafos de Wikipedia y cuando uno les pregunta algo de lo que dijeron, quedan ponchados.
Pero bueno, tú tienes el cargo de presidente, aunque no lo ejerzas, y te voy a hablar como si entendieras lo que digo.
Lo primero que quisiera expresar es que me resulta altamente risible que tú, con tus trajes de diseñador, abrigado para disfrutar del aire acondicionado en la “Casa de Misia Jacinta”, me acuses a mí de burgués, de ricachón y de oligarca.
Ante estos hechos, y ante tus afirmaciones y acusaciones, considero que me he ganado un nuevo status: el de oligarca marginal. Lo de "Oligarca" para no contradecirte; y lo de "Marginal" para no contradecir a los hechos.
Pero bueno, tú tienes el cargo de presidente, aunque no lo ejerzas, y te voy a hablar como si entendieras lo que digo.
Lo primero que quisiera expresar es que me resulta altamente risible que tú, con tus trajes de diseñador, abrigado para disfrutar del aire acondicionado en la “Casa de Misia Jacinta”, me acuses a mí de burgués, de ricachón y de oligarca.
Ante estos hechos, y ante tus afirmaciones y acusaciones, considero que me he ganado un nuevo status: el de oligarca marginal. Lo de "Oligarca" para no contradecirte; y lo de "Marginal" para no contradecir a los hechos.
Resulta que mientras tú te
debates entre viajar en el lujo de un avión de la Fuerza Aérea Venezolana, o de
una aeronave de Cubana de Aviación, yo debo escoger entre ir colgado a las
puertas de una atestada buseta, o viajar en un carrito de segunda mano que me
ha dejado botado en cada calle de esta ciudad.
Mientras tú asistes a banquetes
con ministros, embajadores, presidentes y monarcas; yo estoy aquí con un par de
rodajas de pan y media lata de atún (la otra media lata la guardo para
mañana).
Mientras tú estás reunido con los
jerarcas chinos, solicitando un préstamo por no sé cuántos millones de dólares
para no sé qué proyecto que nunca veremos, yo le estoy pidiendo a mi suegra 20
bolos para pagar el transporte.
Porque mientras los hijos de los
jerarcas que te acompañan andan por el mundo, mostrando sus lujos en todas las
redes sociales; los míos andan dando trancazos, estudiando con libros
prestados, comiendo espaguetis con salsa de tomate y tratando de rendir cuatro
lochas para el próximo día.
Porque mientras los
representantes de tu gobierno se pasean bien trajeados en el Vaticano, en la
canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII (creo que van más por el viaje que por la bendición), yo estoy prendiéndole una vela a los nuevos santos, para que hagan el milagro de conseguirme un buen trabajo.
Mientras tú haces llamar a tu
mujer “Primera combatiente”, la mía anda “combatiendo” contra la inflación,
contra la escasez, contra la inseguridad; para que nos podamos sentar a la
mesa.
Mientras tú duermes como un bebé,
yo me desvelo pensando si el día de mañana será un poquito “menos peor” que el
de hoy.
Mientras tú pasas horas y horas,
alumbrado por la luces de un estudio de televisión, destrozando el idioma, yo
igual no te puedo ver ni oír, aunque quiera, porque otra vez se fue la luz.
Mientras tú le pagas millones a
un grupo de estrategas extranjeros para que diseñen un sistema educativo que
propague la ignorancia, yo me gano una miseria en las aulas, para garantizar que
por lo menos a mis alumnos les llegue un poquito del conocimiento académico que
tú te negaste a ti mismo y ahora quieres negar a los demás.
Mientras tú anuncias en cadena nacional exiguos aumentos de sueldo para los trabajadores, yo, que no tengo un empleo fijo y que sobrevivo dando clases día y noche y matando tigres, debo enfrentar a los ingentes aumentos de precios que tú, paradójicamente, olvidas mencionar en tus imitaciones de alocución.
Mientras tú anuncias en cadena nacional exiguos aumentos de sueldo para los trabajadores, yo, que no tengo un empleo fijo y que sobrevivo dando clases día y noche y matando tigres, debo enfrentar a los ingentes aumentos de precios que tú, paradójicamente, olvidas mencionar en tus imitaciones de alocución.
Y lo peor es que, cuando mis
alumnos te ven henchido al mismo tiempo de poder y de ignorancia, los
argumentos para que estudien y aprendan se les
hacen cada vez más absurdos.
A pesar de todo, créeme que no te envidio. Por alguna extraña razón, yo, en medio de las carencias y la falta de un futuro mejor, le sonrío a la vida con sinceridad. Tú, en cambio, con tus trajes de diseñador, con tus viajes en vuelos privados, con tus comidas exóticas, no puedes ocultar la amargura que llevas por dentro. La diferencia entre tú y yo es que, de niño, de joven y de adulto, tuve siempre el amor de una familia extraordinaria. Nunca tuve lujos, pero he sido tan feliz, que no le envidio nada a nadie. Tú, en cambio, has crecido envidiando a todos los que tienen lo que tú no tienes. Por eso envidias a los estudiantes y a los intelectuales, porque tienen lo que nunca tuviste: conocimiento. Envidias a medio país, porque hemos tenido lo que tú no tuviste: una familia de la cual sentirnos orgullosos. Envidias a millones de personas porque tienen lo que nuca tuviste: felicidad genuina. Y creo que hasta nos envidias porque tenemos algo que, aparentemente, tampoco tienes: una partida de nacimiento para mostrar al mundo.
Yo sé que, a pesar de tu evidente falta de conocimiento, muy en el fondo sabes que no perteneces allí, y esa certidumbre de que tú no decides tu permanencia en esa "apariencia de poder", amenaza tu "sueño de bebé".
A pesar de todo, créeme que no te envidio. Por alguna extraña razón, yo, en medio de las carencias y la falta de un futuro mejor, le sonrío a la vida con sinceridad. Tú, en cambio, con tus trajes de diseñador, con tus viajes en vuelos privados, con tus comidas exóticas, no puedes ocultar la amargura que llevas por dentro. La diferencia entre tú y yo es que, de niño, de joven y de adulto, tuve siempre el amor de una familia extraordinaria. Nunca tuve lujos, pero he sido tan feliz, que no le envidio nada a nadie. Tú, en cambio, has crecido envidiando a todos los que tienen lo que tú no tienes. Por eso envidias a los estudiantes y a los intelectuales, porque tienen lo que nunca tuviste: conocimiento. Envidias a medio país, porque hemos tenido lo que tú no tuviste: una familia de la cual sentirnos orgullosos. Envidias a millones de personas porque tienen lo que nuca tuviste: felicidad genuina. Y creo que hasta nos envidias porque tenemos algo que, aparentemente, tampoco tienes: una partida de nacimiento para mostrar al mundo.
Yo sé que, a pesar de tu evidente falta de conocimiento, muy en el fondo sabes que no perteneces allí, y esa certidumbre de que tú no decides tu permanencia en esa "apariencia de poder", amenaza tu "sueño de bebé".
De verdad que, al verte tan
encumbrado, me pregunto si será verdad cuando dicen que “la ignorancia es una
bendición”.
Atentamente,
Un desempleado (y oligarca marginal)
Impecablemente implacable.
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